domingo, 20 de diciembre de 2015

Inmortalidad.

Por primera vez, voy a intentar hacer las cosas bien.
Voy a girarme, voy a andar, voy a irme lejos, voy a hacerlo más fácil.
Me he aferrado siempre a eso de "más vale pájaro en mano que cientos volando", pero lo cierto es, que yo soy ese pájaro, atándome las alas con cadenas, a la boca de cualquier poeta de mierda. 
Y basta.
Basta de creerme que esos besos son metáforas de un "te quiero", basta de hacer símiles entre lo que quiero y lo que tengo, basta de personificaciones de amores que nunca estarán vivos, basta de absurdas atribuciones cuyo efecto siempre es negativo. 
Basta de mariposas que se convierten en abejas asesinas con el eco de tu voz. 
Basta.
Basta de mentiras.
De amores de mercadillo.
De sonrisas de escaparate.
Basta.
Basta de aparentar, de fingir felicidad.
Basta de ir por la vida fingiendo ser huracán cuando sé que estoy tan rota.
Ya no me creo que te enamorases de mi ruinas, ya no creo que estuvieras dispuesto a encajar los trozos de tu corazón con el mío, porque ni siquiera creo que tengas ni un sólo rasguño.
No quiero más de tus estúpidas campañas publicitarias que siempre terminan en subida impuestos porque, joder, que caro sale esto de quererte.
Que pagarme una suite de lujo en tu pecho, nunca fue mi opción, que yo me conformaba con un colchón a la luz de las velas, mientras estuviéramos los dos.
Que no, joder, que no te enteras.
Que nunca me escuchas.
Que esta vez no hay regreso, que estas líneas están llenas de puntos y seguidos, apartes y finales.
Porque se acabó, hasta aquí llego yo. 
Te lo dirijo a ti. 
A ti, poeta, que prometiste hacerme tan eterna como Roma. 
Que me querías encerrar en un verso, aprisionarme en un cuaderno, que me querías dar la inmortalidad con un beso. 
Y al final, a mí, que siempre fui tan volcán, me terminaste convirtiendo en Pompeya.




sábado, 19 de diciembre de 2015

Duele.

Duele,
no sabes cuando duele,
esto de saberte 
pero no saborearte.

Esto de acariciar
y que solo sea a una brisa
que ya no sale de tus versos.

Duele, 
duele hasta dejar inerte,
hasta que la coraza se rompe
y el miedo aparece.

Hasta que el mar de dudas
se convierte solo en agua
porque no queda nada sobre lo que dudar.

Duele, duele esto de querer quererte
aún a sabiendas de que tú
no me quieres.

Esto de sentirte 
y que sólo sea entre recuerdos:
En el café de las 00:15.
En los álbumes de fotos.
En los besos en los bancos.
En los paseos por los barrios.
En los textos que descansan con las cartas; 
con las mías que nunca envié 
y con las tuyas que siempre quise recibir.

Duele, 
no sabes cuanto duele,
esto de saberte 
pero no saborearte.

Saberte porque no te olvido.
No saborearte porque ya no estás,
y ahora sé que no volverás,
jamás. 

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Siento frío.

No sé.
Siento frío.
Siento frío y me pregunto si esto es suficiente. 
Si es suficiente el sentirnos tan impotentes ante cada quiero y no puedo, ante cada noche de desvelo.
Hoy le escucho y siento frío. 
Su voz no me provoca esa calidez que tanto busco. 
Esa seguridad que nunca me ha abandonado cuando he ido de su mano. 
Hay cosas que pensaba que podrían pasar pero nunca imaginé que él sería una de esas personas que llegan a hacerme sentir tan vacía. Pero la verdadera realidad es que esto es real.
Que el frío que siento no es mentira. 
Que el vacío, el cansancio, la contradicción que hay en mí forma de aprisionar la huida entre los brazos, el regreso de las sombras, la lluvia salada que cala hasta los huesos, que todo es cierto. 
Que esto no es una estúpida imagen negativa que mi cabeza generó en un momento de debilidad. 
Que no, que no lo es. 
Esto no es una broma macabra del destino porque no existe nadie que guíe mis pasos, sólo soy yo escribiendo en pasado. 
Este frío, este adiós maquillado de un nuevo hola que no se siente cercano. 
Las olas que nos balancean entre el siempre y el jamás.
El olor a mar de dudas.
La niebla que nos ciega y nos oculta.
Todo esto es real. 
Es real que tiemblo, que tengo miedo, tanto miedo que escribo de más y echo de menos algo que todavía dice perdurar en el tiempo. 
Tengo tanto miedo que el fuego no calienta, que la cera comienza a derretir la llama porque era algo impensable hasta que me di cuenta de que la llama no siempre tiene la culpa de apagarse. 
Que sí, que tengo miedo.
Y lo admito, y escribo, escribo porque la literatura siempre fue mi refugio más poético.
Porque me consuela leer entre mis líneas un café más amargo que el de ayer a las 00:15 cuando dije adiós, a media voz, y se me quebraron las palabras en la garganta a punto de ahogarme, como si la peor muerte, esa de la que sales vivo, estuviera acercándome a su pecho para encerrarme dentro.
Y es que, ayer, tuve la necesidad de hacernos recuerdo para, así,  no olvidarnos jamás. 

viernes, 11 de diciembre de 2015

Si buscas que te quieran...

Es de noche y leo Sabina, no hay excusa para no pensarte porque es de noche y leo Sabina.
Justo al escribir esto ha empezado a sonar la primera canción que escuché cuando dijiste adiós, a media voz. Cuando decidiste huir, correr y salvarte de esta habitación sin salida que es mi vida.
Sonreíste en un susurro casi inaudible a sabiendas de que yo ya entendía el idioma de tu risa, el que me habías enseñado entre besos, en cualquier parte o cualquier momento.
Así tus labios sellaron tres o cuatro pactos con mi pecho: el de quererme, el de soñarme, el de no mentirme y el de tenerme.
Pero te fuiste.
Te fuiste como quien no deja atrás nada con importancia, como quien olvida y no se da media vuelta, no mira, sólo camina.
Es de noche, y leo Sabina, y aquí estoy recordándote.
Entre besos y versos de Judas, entre caricias desnudas, entre recuerdos mojados de lágrimas y sueños despiertos.
Es tiempo de rechazo, de dar la vuelta al calendario y escribir en cada mes lo mucho que te he echado de menos, para después lanzarlo al fuego, de vuelta a tu infierno.
El infierno que nos vio nacer y morir en un mismo vaivén de roce con sabor a despedida.
Es de noche y voy a arrancarme con fuerza y coraje las flechas fallidas de Cupido que no consiguieron dar en el punto de mira de un corazón roto.
Voy a beberme los ecos de tu voz para después vomitarlos sobre todas las canciones que me recuerdan a ti.
Voy a irme de aquí con lo puesto y sin tu ropa.
Te regalo mi silencio lleno de ruido.
Te deseo, con toda mi pena, alguien que te quiera.
Te deseo, a todo mi pesar, alguien que no te deje pasar.
Te deseo, con todo mi lamento, que consigas hacerme recuerdo.
Te lo digo, sin malas intenciones, porque ya te dije que si buscas que te quieran, aléjate de mí.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Me querías
y yo no quería ser querida.

Lo hiciste,
tejiendo hilos para aferrarte
a los huecos de mi cuerpo.

Te enamoraste,
a sabiendas de que yo
no lo haría.

Te enamoraste
como los románticos
de la Luna.

Lo hiciste,
para justificarte ante tantas huidas.
Lo hiciste, para que nunca
comenzara mi partida
lejos de tus brazos.

Los años van pasando,
yo sigo cambiando,
el reloj sigue danzando.

Yo te he dejado en el pasado,
pero nunca te he olvidado.
¿Y tú? ¿Me recuerdas? ¿O has quemado el par de cartas que te escribí?
Tú decías tiempo al tiempo.
Y yo que pese al tiempo y la distancia, no te olvidaría. Y aquí sigo, cumpliéndolo todavía.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Y el pasado...

El tic tac se descontrola dentro de mi pecho después de haber intentando habituarme al sonido de nuestro reloj que se cansó de sonar.
Siempre hablo de relojes y de abriles cuando tengo que escribir tu nombre, pero es que el café a medianoche sigue pareciendo estar acompañado de tu risa al otro lado del teléfono. Y eso, joder, duele. 

A veces creo que lo que escribo no tiene sentido o suena demasiado repetitivo como para darle importancia. Pero desde que te fuiste, me fui o nos fuimos, mi mente no para de pensar en aquel último anochecer que compartimos juntos. De aquella inoportuna y última vez que me aferré a tus brazos esperando que no lo hicieras, que no te fueras. Mi cuerpo lo hizo por inercia, esperando retenerte unos minutos más a mi lado, queriendo que el tiempo fuese al tiempo y tú pensaras con claridad. 

Mi mente te focalizó entre un millar de gente, te vi pasar como quien busca pero no encuentra, como quien se desconcierta ante no escuchar el latido que quiere entre toda aquella multitud. Pero cuando encontraste el olor que llevabas horas buscando, comenzaste a evitarlo. A dar medias vueltas que no te llevaban hacia ningún sitio, que se convertían en vueltas completas que te mareaban y te dejaban en el mismo lugar. Agotado, exhausto y sin ganas de esperarme. 

No tuve en cuenta qué era lo que pasaba por tu mente, no quise asimilar que es lo que veías tras tus ojos, cual era el reflejo de la realidad que tú soñabas y comparabas con lo que había a tu alrededor. 

Ya ha pasado otra vez este día, y no he cumplido la promesa que me hice antaño. 
Estoy pensando añadirte en mi lista de cosas a medias que nunca se cumplirán. 
Porque después de que las manecillas hicieran tantas veces su recorrido, después de que el tic tac dejara de sonar en el reloj pero no en mi pecho, entendí la señal. Entendí que el tiempo realmente se había agotado, que ahora la arena era sólo eso, arena. Que no habría más "por qué no", que no existirían los "quién sabe", que no imaginaríamos ni un "y si..." más. 
Que no, que esta vez no. 
Que esta vez no habría que cumplir promesas que significaran destrozar vidas. 
Que no volvería a cometer el mismo fallo que cometí contigo.
Y que esta vez, esta ruptura, va por ti.


Hay promesas que están hechas para cumplirse en el pasado y el pasado, pisado está...

lunes, 2 de noviembre de 2015

Cosas que suenan a pasado.

Mi mayor duda sigues siendo tú. 
Y eso no lo cambia ni el tiempo que marca nuestros relojes ya cansados de sonar, parados, silenciados por la daga de plata que apuñaló tu espalda, ni la distancia entre nuestros pechos.
Dicen que los kilómetros separan cuerpos, no corazones. Pero desde que no siento tus latidos, mi corazón se ha atenuado y no encuentra el eco de tu voz por ninguno de sus huecos.
He intentando sanar las heridas que me hice entre las manos al intentar aferrarme a tus aristas cuando tu huida quería ser el huracán que se llevara mi vida por delante.
No fue fácil aprender a mirar al lado izquierdo y saber que tú ya no ibas de mi mano.
No lo fue, claro que no lo fue.
Todo esto lo sé porque aún te sigo buscando entre la gente, aún sigo con la fe ciega de volver a verte sentando al final del pasillo en un autobús que no lleve a ninguna parte. Y perdernos. Perdernos dejando atrás todas las dudas que me atormentaron el pecho cuando tú pedías sí y yo sólo sabía pronunciar no. 
Ha llegado noviembre, ha llegado otra vez con su lluvia, con su viento de melancolía, con sus ganas de pasar hojas caídas que también cuentan historias. 
El otoño es la estación que más letras lleva escritas. Y eso es porque todas las idas y venidas que me marcaron con cicatrices el cuerpo, estuvieron acompañadas de la llovizna que calaba, del frío que casi quemaba. 
Hoy me persiguen los fantasmas, llaman a la ventana cuando intento despertar de este sueño perpetúo en el que me sumí cuando te vi caminar de espaldas a mi vida, cuando me dejaste con mil preguntas y tan pocas excusas. 
Hoy es un buen día. Un buen día para llenarme los labios de arrepentimiento, para que el café sepa el doble de amargo, para mancharme la piel de tinta mientras te recuerdo y abro la puerta a mil criaturas extrañas que siguen llevando tu aroma. 
Hoy no tengo más palabras para describir qué es lo que me ha llevado a estar donde estoy en este momento. Pero Marwan habla de abrir al amor y dejar la cadena echada. 
Perdón por refugiar mi miedo entre mentiras, por esconderme haciéndome la valiente cuando realmente soy una cobarde y aún me arden las caricias que no te di por temor a que me calaran, por temor a pasar del poder a querer quedarme. 

viernes, 23 de octubre de 2015

Por primera vez.

Aquel día estuvo pasado por ti.
Estuvo repleto de todos tus detalles, los que me hacen sonreír.
Estuvo iluminado por esa sonrisa que aparece cuando hablo de amor y nos incluyo. Cuando hablo de dos, unificados en uno.
Nunca pensé que el alma pudiese cantar de esta manera. Que pudiese gritar tan alto, sin palabras, un sentimiento tan completo como la Luna Llena.

A veces pienso en esto, en cómo estamos creando una historia sobre un lienzo con pinturas que no son otras cosas que besos. Hablo de los pinceles en los que se convierten nuestros dedos cuando los primeros rayos de sol aparecen y nos pillan acariciándonos los cuerpos.

Las mariposas nos desgarraron el vientre para hacer de la habitación el pequeño paraíso perfecto.
Todo se llenó de colores, de sueños. Pero esta vez no estaba soñando, esta vez todo era real: las caricias, los abrazos, los sentimientos.
Por primera vez no me estaba nutriendo de una ilusión, de algo que sólo estaba en mi mente, de algo que sólo aparecía cuando dormía.
Por primera vez, lo sentía, y lo más extraño...es que quería.

martes, 20 de octubre de 2015

Querer no siempre es poder.

Te fuiste lejos de mí y yo no te lo impedí.
Te fuiste lejos de mi lecho pero quizá es que te di cien motivos para hacerlo.
Era una madrugada de Septiembre cuando mi daga plata te atravesó el pecho, una sonrisa en la cara y mil dudas bailando entre los dedos.
Recuerdo que sonaba Eagles cuando mis labios, disfrazados de valientes, lucharon como cobardes en la guerra más bonita del mundo. Chisté mil palabras entre maldiciones una y otra vez después de rozar otra boca, como si pedirme perdón a mí misma fuera a aplacar el arrepentimiento que me estaba volviendo loca, más dura que una roca.
Cuando llegué a casa me sentí flotar, como si hubiera entregado más de la mitad de mi alma a cualquier persona que ya no estaba, que en mi vida no habitaba.
Recuerdo que avancé a ciegas entre el cuándo, el cómo, el cuánto y el por qué, aferrándome a la idea de que querer no siempre es poder. Porque yo, ángel caído del cielo, te quería querer.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Y yo me quemé.


Hace tiempo que no le dedico ninguna de mis letras a aquel chico de mirada color otoño que vestía mi vida de primavera. 
Recuerdo  el vuelco que el pecho me dio la primera vez que le vi sonreír, la primera vez que le escuché pronunciar su nombre y sabía que esas palabras me las dirigía a mí. 
Era un día nublado de finales de abril cuando le conocí.
Yo no estaba en mis mejores circunstancias o quizá era el mejor momento para que él apareciera en mi vida. Al fin y al cabo, qué voy a saber yo que siempre tengo tantas dudas.
La cosa es que por aquel tiempo me sentía en una balanza entre lo que hacía y lo que debía hacer, como si una responsabilidad enorme e injustificada llevase invernando sobre mis hombros demasiado tiempo. 
Lo cierto es que, justo antes de conocerle, yo había abierto las manos para dejar salir volando a un pájaro y había cortado las cuerdas de cualquier títere que se ató a mi cuerpo sin consentimiento. 
Desde el primer momento en el que le vi encontré, en esas pecas que adornaban su cara, todos los puntos y seguidos que quería escribir en mis siguientes versos. 
Recuerdo que en algún momento cogí su mano para escribirle palabras sin tinta que significasen el principio de una historia. Siéndote sincera, papel, nunca tuve muy claro si le volvería a ver, pero parece que un apenas roce de mi boca, bastante lejos de sus labios, fue suficiente para sellar un pacto que significase volvernos a encontrar en cualquier otro lugar. 
Y no sé qué ocurrió en aquel viaje, ni aquel día, en aquel corto trayecto, pero he de decir que nunca volví a ser lo que fui.
Quizá fueron las chispas que coronaron nuestro ambiente, y digo nuestro porque por un momento, pese a que no le conocía, sentí que ese pronombre danzaba en el aire junto a tres mil quinientos fuegos artificiales.
Lo único que sé que es que tras volver a casa aquel día, tras dormir y despertar, supe que no volvería a regresar, a ser lo que era. ¿Cómo lo supe? A eso nunca he sabido encontrarle respuesta. Sólo sé que lo sabía, que lo noté en mí, en mi reflejo, en las noches y en los días.
No sé describiros con palabras todo lo que aprendí durante aquel trayecto plagado de rosales que me hicieron sangrar, pero nunca renunciar. También estuvo lleno de rayos de sol que nunca llegaron a herir, sólo a hacerme sentir. Era como vivir en una perpetúa contradicción conmigo misma y mi alrededor. Pero mientras caminaba o bailaba (aún no lo tengo muy claro) me sentí volar sin alas.
En muchas ocasiones tuve el coraje de razonar y preguntarme por qué, por qué iba de la mano de alguien que no conocía, porque me había atrevido a bailar con un enmascarado en un baile de máscaras en lugar de hacerlo con quien llevaba la cara al descubierto. Juro que me torturé cada noche, justo antes del amanecer, con mil porqués, pero entonces, en mi mente aparecía su voz y sonaba nuestra canción. En ese momento yo me preguntaba… ¿por qué no?
Estar a su lado era la antítesis del vacío, era sentirme por primera vez habitada y no sola en casa.
Después de que decidiéramos partir por lados contrarios en esta encrucijada que es la vida, decidió aparecer en más ocasiones de las requeridas. Su cuerpo no estaba presente pero cuando ya había creído olvidar cualquier sentimiento, volvía su recuerdo creando desconcierto, haciendo saltar las alarmas y abriendo salidas de emergencias que me llevan de regreso a la entrada. Y a veces, cuando cae la noche y estoy tumbada en la cama me pregunto por qué vuelve.
Entonces me doy cuenta de que besarle era como navegar hacia un mundo sin dudas y salvarme del naufragio. Y esa es una de esas pocas ocasiones en las que lo entiendo todo y se me coge un nudo en la garganta, mientras me atormenta saber que nunca tuve claro ningún te quiero.
Tengo que confesarte, ángel que cayó en mi pecho, que desde que no estás se me está volviendo a congelar este corazón remendado con cristales rotos de espejos que vieron nuestro reflejo, juntos. Que no encuentro solución a todos los “¿Y si…?” que inundan mi cabeza, que no encuentro silencio para todo este ruido.
Después de un tiempo comprendí que era cierto, que tú eras fuego.
Eras como el fuego cálido que nos arropa en invierno, ese que desprende la chimenea en un momento perfecto.
Eras como el leve fuego que irradia el sol y nos baña la piel en una mañana de primavera.
Eras como ese fuego que se crea entre dos cuerpos cuando las almas se funden en un abrazo que se cree eterno.
Eras precioso, precioso como el fuego mismo.
Pero a veces, parece que olvidamos, que detrás de tanta belleza se esconde el peligro.
Que tras el crepitar de las llamas, se esconde la devastación.
Porque el fuego es tan bello como destructivo, como dañino.
Y sí, que era cierto, que tú eras fuego.

Y que sí, que ahora lo sé, que yo me quemé. 



lunes, 14 de septiembre de 2015

Otoño.

Esta noche enfundo la pluma no para contar historias sino para descoserme las heridas y que así no queden cicatrices. 
Marcas que me recuerdan todo lo que pude ser o hacer y no fui ni hice. 
Esta es la forma que tengo de recordarme a mí misma que un día fui tan tonta o tan lista para herirme la piel con balas que no son balas sino besos. 
Besos que calan hasta los huesos. 
Fruto del roce de esas personas que sólo aparecen para dejarte claro que hay que aprender sufriendo. 
Me paso este desastre de vida pisándole los pies a la palabra melancolía mientras bailamos canciones que suenan a despedida. 
Y no paran de sonar al ritmo de mi corazón que suena como un reloj que se rompe en mil trozos. 
No dejo de arrancar hojas al calendario en un intento fallido de engañar al tiempo. 
Salto de precipicio en precipicio, o de mirada en mirada, en busca de un hueco al que llamar hogar. Un pecho en el que quedarme a descansar todo el otoño que viene.
Porque ahora es cuando llega el tiempo en el que las cosas mueren. 
Cuando los árboles se desnudan y los corazones se ponen la coraza para protegerse del frío y que así no se vuelvan a congelar. 
Están llegando unas fechas que anuncian que el verano ha terminado y que con él van a quedar enterrados otro puñados de recuerdos.
Porque hay vidas que sólo viven cuando son bañadas por el sol. 
Y con vidas me refiero a amores, me refiero a relaciones, me refiero a sueños, a ilusiones. 
Ahora es cuando toca mirarse al espejo, y decirle a tu reflejo: "por cada muerte, resucitaré más fuerte."

Amor, dicen que querer es apuntarse con una daga al corazón.
Dicen que es como volar sin paracaídas o navegar sin salvavidas: correr el riesgo.
Dicen que enamorarse es como ir vestido con un traje de cristales. Que cada caída duele el doble, deja cicatrices y daña hasta a quien quiere ayudarte.
Amor, dicen que querer es como tragar alcohol etílico para sanar las heridas que no se ven, las que van por dentro.
Como escribir más recuerdos que palabras.
Dicen que para enamorarse hay que tener claro que no volverás a ser el mismo después del naufragio.
Porque cuando alguien te besa el pecho, su fantasma te acompañará siempre en el tiempo.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Por si vuelves.

Era viernes. 
Lo recuerdo como si fuera ayer. 
Era viernes y tú y yo contemplábamos esta misma puesta de sol. 
Teníamos las manos entrelazadas y el pecho revuelto mientras la noche iba cayendo y las estrellas nos arropaban con su manto. 
Recuerdo que me miraste y dijiste que tu forma favorita de ver la Luna era reflejada en mis ojos. 
Recuerdo que yo sentía. Que sentía como en aquel tiempo creía que no lo hacía 
Por entonces yo no bailaba en las manos de nadie, era un pájaro volando lejos de las letras de cualquiera y alejándome de cualquier corazón por miedo a confundirlo con un nido y convertirlo en refugio. 
Era viernes. 
Tú y yo paseábamos bailando con el sonido de una orquesta de grillos y el viento que ululaba meneando nuestros cabellos. 
Era una noche digna de recordar cada vez que la Soledad llamaba a nuestra puerta, una noche para hacerla eternamente presa de un pasado que nunca pasa. 
Recuerdo que me miraste y comenzaste a contarme en braille historias de cuando eras pequeño y te ibas a la capital con tus padres. También me decías todo lo que me habías echado de menos durante este tiempo. 
Yo te miraba como si no fueras de este mundo, como si se tratase de la imagen de un ángel que habían expulsado del cielo para encontrase conmigo en este sendero. Como si fueras un caído en la batalla de la guerra más bonita del mundo y yo fuese quien te tiende la mano. 
Me fijaba en como se te agitaba el cuerpo cada vez que suspirabas, como te acariciabas el mentón cuando pensabas y no me mirabas. Cuando te perdías en el horizonte y tus ojos se tornaban de color nostalgia, mientras tu mente navegaba entre oleajes que anunciaban el naufragio. 
Entonces, en aquellos momentos, yo me enfundaba el papel de valiente y te besaba con labios cobardes que temían entregarse. 
De pronto todo parecía congelarse. Sentía tus músculos tensándose como si tu instinto te avisara de que sentirme era un peligro, como si tuvieras miedo de volver a ser soldado e intentar reconstruir tu mundo. Lo hacías como si tuvieses miedo a lo desconocido y yo no fuera más que una sombra en un baile enmascarado. 
Yo te besaba sin ser consciente de que los besos dejan heridas de bala entre las comisuras de la boca y que tú tenías mil cicatrices ajenas a la vista. 
Después te entregabas y recordabas a Neruda cuando con voz temblorosa me decías "quiero besarte tantas veces bajo este cielo infinito..."
Pero que ya lo dijo Shakespeare que los besos no son contratos y yo no podía esperar que te hicieras turista perpetúo de mi desastre de vida. 
Confieso que siempre tuve miedo de ser un pájaro pues sabía que, tarde o temprano, habría que abandonar el nido.

Hoy es viernes. 
Y esta puesta de Sol es igual de bonita que la última vez que me sentí morir de amor. Con la única diferencia de que esta vez tú no estás, y el amor fue sustituido por dolor.

No sé qué será hoy de tu vida pero yo, de vez en cuando, sigo visitando el sitio de siempre, por si vuelves y me quieres. 



Pd: Te dije que nunca, nunca, nunca te olvidaría. Y yo, siempre cumplo mis promesas. 


lunes, 7 de septiembre de 2015

7.

Hoy me persigue tu recuerdo, las flores marchitas y el rastro de tu olor.
7.
7 vidas menos aquel suicidio son las que me quedan en este corazón cosido.
7 es el número que ocupa nuestra canción en aquel disco cansado de sonar desde que tu huida se adueñó de los latidos de mi pecho.
Tengo el cuerpo alicatao de ganas de salir corriendo y últimamente los únicos besos son los del café a sorbos cortos, como yo quería beberte.
Esto sólo lo entenderás tú, porque sólo tú eras consciente de mi miedo a perderte, a desgastarte con ojalás y peros, mi temor a que algún día te me deshicieras entre las yemas de los dedos.
7 son los días que tardé en afilar la daga que después te clavé en el lado izquierdo, dibujando todos aquellos versos con tu tinta escarlata, para no quedarme con las ganas de escribirte poesía en la espalda.
7 son las canciones que llevan escrito tu nombre.
7 son las cartas que nunca te envié.
7 era el día en el que sonó Sabina en aquel coche mientras tomaba el camino lejos de tu cuerpo. Aquel día en el que recordé que yo tenía un corazón maltrecho y que sólo los besos traicioneros romperían las cadenas, las cuerdas del pasado.
7 fueron los meses que tardé en comprender que tú no ibas a volver. Los mismos que tardé en darme cuenta de que realmente yo tampoco quería que lo hicieras.
A día de hoy escupo a todos los números de la buena suerte, al mito de los tréboles y me lleno de barro las suelas de los zapatos alejándome de tu rechazo.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Quizá.

Quizá este no es nuestro tiempo, quizá es cierto que la arena ha dejado de caer, que ya no quedan páginas que arrancar del calendario, que dejar arder. 
Quizá es que como dice Funambulista tenemos sonando en un bucle una canción de adiós, y quizá esa canción son nuestros latidos que resuenan a modo de despedida.
Quizá es que ahora es necesario empezar a bailar bailes de salón en nuestros propio sofá. 
Quizá es que ya no hay hueco en el pecho de nadie y se nos ha quedado grande todo lo que bautizamos como amor o poesía. 
Quizá es que me debería quitar tu camisa y arrojarla al cajón junto a los recuerdos pasados, empezar a ver películas de dos en mi propia compañía. 
Quizá es que nuestra hora es la de buscar nuestro destino en otra parte. 
Quizá es que ya no vas a coger ningún tren que signifique verme, con destino a mis brazos, y que yo no voy a esperarte en ninguna estación, que no nos vamos a buscar entre la gente. 
Quizá es que esta hora, nuestra nueva hora, significa que debemos dejar que la luz que proyecta nuestro fuego se apague, decir adiós y limpiar la cera.
Quizá es que ahora lo que queda son miradas que no quieren encontrarse, cuerpos que siempre evitarán rozarse, abrazos vacíos que temen darse.
Quizá es que ahora cambiamos de fase, que es necesario dejar todo atrás, ganarle la guerra a la fragilidad y abandonar las trincheras de nuestros maltrechos corazones.
Puede ser que nos hayamos quedados sin motivos para continuar, para luchar, y que a nuestras ganas le haya podido el temor a fracasar. 
Quizá es que ahora lo que toca es edificar una muralla entre tu alma y la mía, dejarnos de tonterías y dar marcha atrás sobre nuestros propios pasos sin dejar huellas, sin miedo al rechazo.

Si estás leyendo esto, me gustaría decirte que quizá es hora de abandonar el campo de batalla, de dejar nuestra espada, de cortarnos las alas, quizá es hora de emprender el vuelo, de quedarnos con lo bueno, de aprender de lo malo, de romper directamente el vaso.

Pero recuerda, amor, que yo soy un mar de dudas donde tú decidiste naufragar y que todo lo que estoy diciendo lo digo con un quizá. 

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Ahora qué.

El corazón me ha dado un vuelco, está agitándose dentro de mi pecho como si quisiera buscar el camino de vuelta a casa, intentar salir huyendo de este laberinto lleno de angustia, apartarse del frío que siento.
Pienso que no hay escapatoria esta vez para mí, que de nada sirven estas ganas de huir, que la daga me ha dado de lleno en el lado izquierdo. 
Me escondo en las faldas de una chica llamada Literatura porque sus metáforas siempre fueron mi refugio más cobarde.
Escribo porque necesito poder sentir el amor que me transmite el folio, lo hago porque la soledad siempre ha sido mi mejor compañera. Escribo porque necesito mancharme las manos de tinta y saber que hay formas de llorar sin lágrimas. 
Escribo porque necesito saber que hay una parte de mí que puede huir, porque necesito tener claro que puedo romperme en mil trozos que nunca nadie será capaz de reconstruir. 
Lo hago porque necesito transmitir mensajes que a veces ni yo me paro a leer. 

Hoy mi cabeza está llena de ruido e intento ahuyentar tanto pensamiento negativo con golpes de pedales y acordes de guitarra. Me intento sujetar a cualquier voz rasgada que me tienda una arista para colgarme de ella hasta el verano que viene. 
Una misma pregunta cruza mi mente tres veces por segundo: ¿Y ahora qué? 

¿Qué es lo que viene después de todo esto?
¿Qué es lo que viene si siento que tú ya nunca vienes? 
Siento que te has llevado un trozo de mí con tu ausencia indirecta, con el inoportuno adiós que se pronuncia en lo que se tarda en decir "que te vaya bien." 

Siento que hay algo que se ha desprendido de imprevisto, se ha liberado, se ha soltado de las cadenas y ahora ya no vaga por ninguna jaula de cristal. Creo que se trata de este monstruo que se manifiesta en forma de latidos dentro de mi cuerpo. Quiere regresar, apoyarse en tus manos para continuar, hacerte su bastón en este camino de piedras, convertirte en su acompañante en este estúpido baile de máscaras.

Tiemblo. 
Tiemblo porque lo que siento me aterra. 
Tiemblo porque no siento. 
Porque no encuentro el camino de vuelta a aquella estación donde te di el último beso.
Tiemblo porque temo mirar hacia delante y no encontrarte. 
Tiemblo porque tengo miedo de tener ganas de llorar y no tenerte para consolarme. Para secarme mis inexistentes lágrimas y decirme que todo irá bien. 

Y es que, ahora qué.

Ahora que te marchas quién me abrazará cuando haga falta, quien me acunará en sus noches y compartirá sus días con mis reproches, quién se va a quedar hasta que pase el Otoño, quién me va a ayudar a que este órgano vital maltrecho no termine por quedarse inerte en el paso de la vida y la muerte. 

¿Qué es lo que toca ahora? ¿Toca decirte adiós con las palabras atornilladas en la garganta y los puños llenos de ganas de huir? 
¿Toca abandonar todos esos versos y besos que has hecho estallar en mi pecho? 

Hoy hace frío a 30 grados. 
Se cuela el viento por mis costillas hasta quedarse atrapado dentro.
Hoy estoy llena de escarcha y sólo me pregunto:


Ahora qué.
Ahora quién. 



https://www.youtube.com/watch?v=cz-oWH05kKA



Querido Septiembre:

Es Septiembre, nuevamente Septiembre. 

Has vuelto, esta vez has llegado cuando más te necesitaba. Llevo más de medio mes parada a tus puertas esperando que este Agosto tan poco angosto de disgustos llegara a su fin. 
Pero de pronto, has vuelto creando tempestades donde poco a poco había vuelto a edificar la calma. 
Has llegado agitando mares que ya creía secos. 

Te escribo en la madrugada del 1 al 2 de Septiembre porque necesitaba esta noche como agua en el desierto.
Llegas otra vez coronando con una Luna anaranjada el cielo como si fuera tu regalo para hacernos ver a los mortales que siempre estás vivo. 
Para mí eres el principio de año y los inicios de algo siempre llegan llenos de cambios. Esta vez más que nunca, esta vez llegas dándome un trozo de nueva vida.

Hoy reinaría el calor sobre el frío, pero es Septiembre, y no lo tengo claro.

Hoy ha amanecido el día con un gélido viento que se colaba por todas las cicatrices que quizá no han cicatrizado del todo, has llenado de escarcha todas esas pequeñas heridas que se hacen al intentar restaurar un corazón roto, todos esos pequeños cortes que te aparecen por intentar arreglar tus propios destrozos. 

Se me han llenado las aristas de ganas de salir corriendo, pero es Septiembre y tengo que hacerle frente a estas inmensas ganas de huir. 


Sí. Ha llegado Septiembre, eso todo el mundo lo sabe. Pero somos pocos los que marcamos objetivos, echamos 365 días más al baúl de recuerdo y nos colgamos más vacío de la espalda. 

"La vida cuanto más vacía, pesa más."

Estoy serpenteando cerca de tu boca, con miedo a desembocar en un beso que me termine dejando sin aliento, que me deje más inerte y que no pueda ni moverme.
Estoy trepando por tus cabellos, intentando no enredarme en ningún inoportuno laberinto que me ate aún más las cuerdas que aferran mi locura.
Contigo se pierde la noción del tiempo, y cuento los días por latidos.
Duras lo que se tarda en dar un pestañeo, la milésima de segundo en la que aprieto los puños esperando que no te me escapes.
Duras lo que tarda mi folio en blanco de llenarse de borrones pero nunca nuevas cuentas.

Y de pronto, flash, me hallo a tus puertas.
Se repite la misma historia, déjà vu perpetuo por cada paso dado, olor a caramelo, algodón de azúcar, perrito piloto, gritos de alegría, llantos de tristeza, globos que se escapan, gritos que parecen susurros y susurros que terminan siendo gritos, albero, tierra mojada, sonido de cascos, abanicos, paz, tranquilidad, soledad. Has llegado. 
Ya viene. Ya empieza el cambio...
Bush. Bush. Bush. 
Paloma mensajera con mensaje incluido:  
"He vuelto a casa."

Hoy sólo habría ruido, porque es un día gris, pero también es Septiembre y se escucha el eco de su pecho. 

Vienes creando naufragios con dedos de acuarela, lanzando salvavidas con bailes de pestañas, invitando a tomar café con sonrisas de bienvenida. Vienes, por supuesto que vienes. 

Ahora empieza.
Sonríes y yo caigo. Estoy en ti. Soy un presa, tu marinera, me dejo llevar. 

Y otro año más sabe a café, café demasiado dulce. 
Y huele a incienso, incienso demasiado suave. 
Y se siente como si no doliese, no se siente. 

Con tu regreso vuelven heridas de un pasado que parece que fue pisado por la multitud de gente, calcinados por las flores de fuego que estallaron en el cielo junto al recuerdo de tus besos, pero no, no se desvanecieron. Vuelven para acariciarme, para recordarme los errores que no debo cometer, regresan, te vuelvo a ver.

Y nuevamente, estoy perdida. 

Hoy reinaría el calor sobre el frío, pero es Septiembre y tirito. 

Las mariposas se agitan en mi interior, se clavan entre costilla y costilla dejando su esencia por todo mi ser, y me convierto en hada con alas para huir.
Huir lejos de este lado izquierdo.
Pero es Septiembre, y permanezco.


La función está apunto de comenzar, pasen y vean, el vagón está apunto de despegar destino aquella estrella fugitiva. No la dejaré escapar, porque es Septiembre y él golpea de frente. 

Que por mucho que tenga que apretar los dientes, levanto la cabeza y soy fuerte, porque eres Septiembre y me atrevo a seguir queriéndote. 





Eres el inicio de un pentagrama, eres toda la música que le pongo a mis letras, eres mi mano derecha en la guerra más bonita conmigo, eres mi asilo favorito, eres tú, ruptura y estabilidad, caricia y puñal. 
Eres tú, tren de nuevas oportunidades.

martes, 1 de septiembre de 2015

Y fuiste tú.
Sólo sólo tú.




Hubo un día en el que llegaste
y con cuidado quebraste 
cualquier manual o guía
en caso de herida.

Viniste derrotado a caer en mis brazos
esperando un abrazo en noches de desvelo. 

Lo hiciste como mariposa
que se posa en una flor marchita.
Esperando que de las ruinas
saliesen brotes verdes.

Viniste como alma rebelde
ocasionando destrozos con tu corazón hecho trozos.

Te dije que a mi no me mirases,
que yo no estaba dispuestas a darte
nada de lo que pedías, 
ni a ser tu noche ni tu día.

Que yo hacía tiempo que no era la luna de nadie, 
y que no quería ocasionar más problemas en tu vida.

No pudiste quedarte quieto, 
volver sobre tus pasos, 
dejar mi pelo,
olvidar mi silencio.

No pudiste dar media vuelta, 
regresar camino a casa,
olvidarme a mí descalza 
bailando bailes sin música. 

Abandonar los latidos en andenes,
seguir cogiendo trenes
que te dejen cerca de cuerpos 
dispuestos a retenerte. 

Lo siento, no era mi intención 
escribirte poemas entre sudor y colchón.
Nunca quise que te dejaras crecer la desesperanza,
Que abandonaras tu suerte a los versos,
dejar de darte besos.

Nunca fui consiente 
de que te estabas quedando inerte
viviendo una vida de cuerdos
que avecinaba la muerte
con graznidos de cuervos. 

Juro que no quise 
lanzarte hacia el olvido
enfundar armas
dejarte cicatrices
callarte todos los sonidos.

Perdón por ser calma cuando tú pides marea alta.
Perdón por ser silencio cuando tú reclamas ruido.
Perdón por ser mordaza cuando tú quieres auxilio. 

domingo, 30 de agosto de 2015

Balas de plata.

Desde el principio, las balas de plata han sido tus besos.
Desde el momento uno en el que tu sonrisa se convirtió en la pólvora necesaria para que me estallaran los versos en las manos de tanto escribirte.
Me hiciste volver a enfundar la pluma para herir de muerte en cualquier campo de batalla. 
Hay quien dice que la poesía es un alma de doble filo. 
Que daña y te daña, que te hace sangrar y que tu sangre se mezcle con la tinta en cualquier noche de Luna llena cuando su luz es la musa de cualquier línea sin sentido.
Cuando los latidos se sincronizan con el sonido de un reloj cansado de sonar.
Tic tac, bum.
Tic tac, bum.
La sístole y la diástole de un corazón preso en un puño junto a mis ganas de sellar la carta que sigue en el cajón.
Me aferro con impotencia a cualquier resquicio de esperanza que queda en mi vaso medio lleno de desesperanza. 
Y lo intento, juro que lo intento, apagar todas las luces para que no pueda volver tu sombra, aferrarme también a la vigilia para no soñar contigo.
Pero, a veces, en el tiempo que dura un parpadeo, vuelves a mi memoria.
Y de pronto, resuenan las ventanas, titilan de más las estrellas, las nubes ocultan la Luna, me tiemblan las piernas y llaman a la puerta,
Eres tú, o lo que queda de ti en mí, esperando que vuelva, que regrese a aquel puente donde nos dijimos adiós. 
Siempre te escribo sobre las huida como si algún día te aventuraras a leerme y te dieses cuenta de que mis letras siguen llevando, irremediablemente, tu nombre,
Y es que no puedo dejar de hacerlo, no puedo abandonarme al vicio que es el boli y el papel sin terminar cayendo en ti.
Oh, ángel caído atrapado en mi pecho.
Perdóname,
Perdóname por continuar recordándote cuando me suplicaste que me olvidara de ti.
Lo he intentando, lo he intentando desde aquel domingo en el que te despedí a lo lejos. 
Lo he intentando desde el día en el que el número 39 dejó de poder contarse.
Lo he intentando desde que me dijiste que tú no serías suicida por amor y me prometiste que estabas loco, pero habías dejado de estar loco por mí.

Juro que lo he intentando.
Que he intentado dejar de querer ir a buscarte, de regresar a tu pecho, de convertirme en el motivo de tus desvelos. 

Juro que he hecho lo imposible para no tener suerte en el trayecto, para no tener la posibilidad de traerte de vuelta.
Que quemé todos los tréboles para no encontrar nunca uno de 4 hojas.
Que desde entonces hice del 7 el número de la mala suerte y me aferré a la religión del número 13.

Juro que es cierto. Que ya no te busco. Que ya no te leo. Que no te escribo. Que he abandonado tus cartas para no abrirlas más. Que he olvidado el olor de tu colonia.

Juro que todo esto es cierto, que no lo intento. 

Pero no me pidas que mienta en esto. No me pidas que diga lo siento por seguir recordando que te quiero. O eso creo. 






Evaluaciones.

Septiembre está a la vuelta de la esquina y ya me estoy muriendo por escribirle la carta de bienvenida. 
Se me está atragantando en el pecho las ganas de recibirle con los brazos abiertos, temblorosos pero listos para recibirle en un cálido abrazo.
El verano está dando pasos alejándose de mi lado, perdiéndose como cada año en ese mar de recuerdos y de dudas. Él se aleja pero yo permanezco.
Cuando llegan estas fechas en mi cabeza comienzan a estallar tres mil quinientas preguntas. 
(Es lo que tienen los inicios de año, que dan miedo y tiemblo)
Acabo de ver una película en la que decía "cuanto más sabemos de nosotros y más claro tenemos lo que queremos hacer, menos nos afectan las cosas."
Y sí, estoy de acuerdo, hace tiempo que me alejé del veneno que me inyectaba el qué dirán, las críticas que no construían nada y las falsas apariencias. Hace tiempo que eso no me perjudica.
Hoy no estoy escribiendo como quien lo hace para llegar al corazón de nadie. 
Hoy mis letras son solo pensamientos que se cuelan en mi mente mientras la cafeína está en mis venas y el sonido en mis orejas.
Hace días que soy incapaz de conciliar el sueño antes del amanecer, antes de saber que llega un nuevo día y que realmente no estoy estancada en ningún pasado.
Porque no es así, creo en el equilibrio, en la evolución constante, en el aprendizaje que me hace ir más allá de cualquier meta u objetivo.
Pero mi entorno está lleno de ruido, ruido que no cesa de sonar, que no deja ningún hueco para que se cuele el silencio. A veces, esto parece un infierno. 
El año pasado cuando hablaba de infierno mi mente decía que con demonios adecuados el averno podía ser un lugar interesante. Ahora pienso que toda compañía es momentánea y que realmente los lugares se tienen que valorar en soledad.
Las personas nos distorsionan las ideas, son fuentes de influencia por naturaleza y nos trastornan los planes. 
Lo que hoy vengo a decir con este escrito es que cualquier evaluación hay que hacerla de noche, en soledad y con un café en la mano. Por eso, últimamente, todas mis noches son en vela.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Me da miedo la permanencia.
Me da miedo que sigas siendo una sombra del pasado que se cuela por debajo de la puerta de mi cuarto cada noche.
Temo que vuelva la brisa de otoño y me recuerde al roce de tu piel durante aquel verano que hoy parece tan lejano. 
Temo que se vuelvan a caer las hojas y que en el crepitar del fuego recuerde como tus ojos me miraban cuando te decidiste marchar.
Temo verte. Por supuesto que temo verte.
Temo porque el pecho retumba en ecos que se parecen a tu nombre. Y eso me aterra. Me asusta adivinar cuál es la canción que hoy se atreve a cantar. Porque en el fondo lo sé, sé que tiene que ver con tu voz, sé que reconozco ese son, ese compás, sé que me terminará por matar.
Lo sé, todo esto lo sé.
Me conozco de memoria las líneas de tus manos, y de tus cartas, las curvas de la carretera destino a tu pecho y las de tu cuerpo.
Sé cómo te gusta el café, que prefieres las duchas frías, que tiraste mis recuerdos al desagüe y que aún no te has atrevido a deshacerte de mis letras, a quemar mis versos.
El tiempo se está acabando y la distancia cada vez es más grande.
El reloj ha dejado de hacer tic tac, lo sé, no suena, no hay más "qué tal" no existe ni cuándo, ni dónde, ni por qué, ni aquí, ni ahora ni nunca más.
No queda nada de ese viento con sabor a pasado.
Esta vez es verdad.
Esta vez no hay más.
Está vez es cierto, ha terminado, ha cesado, se ha acabado.

sábado, 22 de agosto de 2015

Otra vez...

Otra vez ha vuelto a llamar a mi ventana, de madrugada, este fantasma tan conocido llamado vacío.
Ha llegado sin ser nombrado, calmando cualquier posible inicio de sentimiento o tormenta.
Ha vuelto como vuelven las estaciones, por inercia, como si realmente estuviese el camino destinado a acabar en ti. En ti, en nada, en inmensidad.
Como si la única manera realmente fuera esa, como si el lugar de retorno siempre fuese un pecho hueco, sin sentido ni latido.
Y contigo, con tu regreso, viene de la mano la ignorancia.
La parsimonia de dar cualquier nuevo paso.
Es como si el viento siempre soplase en dirección contraria y yo ya no fuese capaz de luchar contracorriente.
Como si me faltaran las ganas y las fuerzas de intentarlo una última vez, y me dejase arrastrar por el cauce de un río que no desemboca en ninguna boca.
Soy mi propio destinatario y remitente, y pienso que nunca voy a poder a leerme.
Por eso escribo.
Por eso me escribo mil cartas.
Para no leerlas nunca.
Para dejar todo esto atrás.
Para llenar el baúl de este vacío, y vaciar la mochila para llenarla de algo, y que ese algo sean sólo mis propias ruinas.
Si vuelves a mi vida, no puedo asegurarte una habitación de lujo, no puedo asegurarte un trayecto calmado, ni que vaya a ir de tu mano.
No puedes esperar que te reciba con los brazos abiertos, ni con chocolate caliente en invierno.
Si vuelves a mi vida, tal vez, no te quiera ni pueda quererte.
Si vuelves a mi vida, tal vez, no halles salida.
Pero te diré que en la puerta del fondo a la izquierda hay un botiquín de urgencias en caso de heridas, prometo dejarte hilos de alambre para los puntos de sutura o locura.

-@RoxCookies-

Hoy...

Hoy, en el preludio de un domingo más, me ha dado por echar la mirada atrás y ver cómo han cambiado mis cajones de recuerdos.
Hoy, lo que más me ha sorprendido es que ese reloj ha dejado de sonar, de hacer tic tic y no sé si ha sido el tiempo, la distancia, el destino o cualquier otra cosa, quizá.
He hurgado entre las cartas que antes me hacían llorar, y mis lágrimas han preferido quedarse encerradas y en soledad.
He seguido buscando, saltando de recuerdo en recuerdo, enlazando vínculos, letras, versos y unas cuantas canciones como banda sonora de memorables historias.
Y de pronto...me he dado cuenta de que hay cientos de recuerdos ahí guardados.
Que es un paraíso para la memoria y de que, debí enviarle aquella carta.
Hoy, las cosas son muy distintas, hace tiempo que no encierro nada ahí dentro, que todo ha cambiado, que yo no soy la misma de aquel pasado, de ningún pasado, que tengo otro peinado, otra vida,   algunas personas distintas a mi lado.
Y también, me he dado cuenta de que...si algo tengo claro, es que, pase lo que pase, espero llevar siempre estos recuerdos en el costado.

jueves, 20 de agosto de 2015

Cuestión de suerte.

Hoy quiero hablar de la suerte. De la suerte, que tiene le mundo de tenerte, de la suerte que tiene el viento de acariciar tu piel, el sol de calentar tu cuerpo, el frío de hacerte estremecer.
Que suerte tiene el suelo de estar bajo tus pies, la Luna de contemplarte desde arriba. 
Que suerte tiene el agua de darte de beber, de rozar tus labios, de hidratar el cielo de tu boca, de deslizarse por el túnel perfecto que es tu garganta.
Que suerte tiene la lágrima derramada que cae desde tu mejilla para recorrer tu cuello, tu pecho y morir más allá de tu ombligo. 
Que suerte tiene el sueño de que puedas abrazarle mientras duermes.
Que suerte tiene el silencio de oír tu respiración, y la noche de que te pierdas en ella, los caminos de que sean tu recorrido, la tinta de rozar tus manos, de correrse en tus dedos, la cama de sujetar tu espalda. 
Y que suerte tengo yo de tenerte, de acariciarte, de calentarte, de estremecerte, de contemplarte, de beberte, de ser la que lame tu mejilla, tu cuello, tu pecho y  baja hasta más allá de tu ombligo. 
Que suerte tengo de derramarte, de soñarte mientras me sueñas, de acelerarte la respiración, de ser tu recorrido, de besarte hasta que se corra la tinta, de sujetarte. 
Que suerte tengo de perderte y de que tú te pierdas conmigo. 

Otra vez.

Otra vez ha vuelto a llamar a mi ventana, de madrugada, este fantasma tan conocido "El Vacío"
Ha llegado sin ser llamado, calmando cualquier posible inicio de sentimiento o tormenta.
Ha vuelto como vuelven las estaciones, por inercia, como si realmente estuviese el camino destinado a acabar en ti. En ti, en nada, en inmensidad.
Como si la única manera realmente fuera esa, como si el lugar de retorno siempre fuese un pecho hueco, sin sentido ni latido.
Y contigo, con tu regreso, viene de la mano la ignorancia.
La parsimonia de dar cualquier nuevo paso.
Doy pasos inciertos hasta que llego al espejo, me miro en él, nada ha cambiado, todo sigue igual que ayer, mi reflejo sigue siendo el mismo, tengo ese gesto risueño, esos ojos brillantes.
Pero falta algo, es esa sensación de pies a cabeza, ese motivo, ese por qué, ese objetivo, esa luz.
No la encuentro.
No es hoy mi asilo.
Ahora me tiemblan las piernas.
Es como si el viento siempre soplase en dirección contraria y yo ya no fuese capaz de luchar contracorriente. Como si me faltaran las ganas y las fuerzas de intentarlo una última vez, y me dejase arrastrar por el cauce de un río que no desemboca en ninguna boca.
Es como si realmente nada hubiese empezado, como si todo fuera un sueño, una ilusión, una utopía distante de esta realidad, como si mañana pudiese despertar y que nada de esto hubiese pasado.
Es como si llevara meses suspendidas en el vacío, y de pronto me percatara.
Vuelvo a perderme.
No paro de dejar cada cosa que escribo a medias.
Soy mi propio destinatario y remitente, y pienso que nunca voy a poder a leerme. Por eso escribo.
Por eso me escribo mil cartas.
Para no leerlas nunca.
Para dejar todo esto atrás,
Para llenar el baúl de este vacío, y vaciar la mochila para llenarla de algo, pero que sea algo y no nada.

domingo, 16 de agosto de 2015


Qué cojones voy a saber yo del amor si al mirar el cielo, no te pienso. 

Qué diablos voy a saber yo del amor si cada vez que me hablan de golpes de pecho, me tiemblan las piernas y me entra sensación de vértigo. 

Qué cojones voy a saber yo del amor si Cupido nunca ha acertado de lleno y sólo sabe dispararme a las piernas, dejándome estancada en este naufragio de agua salada. 

Qué diablos voy a saber yo del amor si en cualquier intuición de te quiero comienzo a escribir una carta de despedida, a planear mi huída. 

Que si me hablas de olvido yo siempre preferiré vivir en el recuerdo porque es lo único que me queda cuando decido marcharme por la última letra de la palabra melancolía.

sábado, 8 de agosto de 2015

Sobre todo.

Tengo miedo de tenerte.
Tengo miedo de tenerte y de que te me escapes de las manos cual mariposa cogida al vuelo, de matarte al quitarte todos los polvos mágicos que me debes.
Tengo miedo de tenerte y de que pases por el cielo de mi boca cual estrella fugaz en una noche de agosto, fugitiva, huyendo, abrazándose a la huida. 
Tengo miedo de todo esto, de acercarme cada vez más a tu pecho, de dejar mi olor en tu cuerpo, de dejar de soñar contigo despierta y empezar a hacerlo dormida.
Tengo miedo de tenerte y de dejar de tenerme por no querer olvidarte. De dejar de dibujarte con los pinceles que hay en mis dedos. De dejar de recorrer tu silueta en Verano, Otoño, Invierno o Primavera. Sobre todo en Primavera.
Espera.
Tengo miedo.
Miedo de dejarte, de irme, de que te vayas, o de que te quedes, sobre todo de que te quedes y que la palabra adiós me atormente cada noche, con golpes inciertos de pecho, con versos muertos o malditos que matan, con balas de pistolas cargadas en manos inapropiadas, es decir, las mías.
Tengo miedo, miedo de tenerte tan lejos, tan cerca, sobre todo tan cerca, tanto que el aire no corra y eso me de miedo, que me ahogue, que me asfixie buscando una salida, una orilla, un salvavidas al que sujetarme en este naufragio.
Tengo miedo de que este amor de dos sea amor de uno, uno que se enamora y otro que se desploma.
Miedo de que la vela se derrita, pero más de que se apague estando intacta. Sobre todo de que se apague y no queden restos del incendio. 
Tengo miedo de tus sueños, de mis sueños, sobre todo de mis sueños si estos son lejos de tu pensamiento, de tu voz, de tu rostro, de tus te quieros, sobre todo de tus te quieros.
Tengo miedo de querer alejarme de ellos, de que se me atornille en la garganta aún más esas palabras y deje de hablar, y no pueda leer, y me sujete también al vicio de callar y otorgar. 
Miedo de que me divierta todo esto, sobre todo todo esto, y con esto, me refiero al olvido, al silencio sin ruido, a la caricia sin beso, al paseo sin compañía, a la sonrisa sin motivo, al asesinato con testigos.
Pero sobre todo, tengo miedo de acostumbrarme al vaivén de la tormenta, a jugar al escondite con la lluvia y que no me encuentre. A quedarme inerte.