domingo, 21 de febrero de 2016

Me siento secuestrada por mi propia soledad, y nadie paga el rescate.
Supongo que es el castigo al que me tengo que enfrentar después de hacer sin creer, de creer sin hacer.
No he movido ninguna pieza en este juego, he permanecido inmóvil, rígida, desde que tu huida me destrozó el pecho.
Ese año quise que el verano se multiplicara porque sabía que cuando se fuera la estación del sol se detendría nuestro oleaje y nunca más volveríamos a estar en alerta roja.
Convertiste mi cuerpo en la escena del crimen y tú, que eras el arma homicida, te marchaste por donde llegaste, dejándome con las preguntas en los labios y la miel en el corazón.
Lucha, me dije a mí misma, no dejes que se escape.
Pero entonces entendí que la única forma de tener a nuestro lado a un pájaro es cortándole las alas y yo siempre estuve enamorada de tu vuelo.
Así que te dije "vuela" sin mirarte a los ojos, porque sabía que si te miraba una vez más te llevarías mi alma con cada aleteo.
Ese año entendí que hay amores con fecha de caducidad y eso no significa que no tengamos que vivirlos.
Aprendí que querer no es sino otra de las tantas lecciones que nos da la vida.
Por eso, aunque sea en pasado, y entonces no lo supiera, hoy lo sé: te quise.

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